Masculinidades alternativas, una ruta para enfrentar el machismo desde nuestras vidas y organizaciones

Por Jaikel Rodriguez-Red Peruana de Masculinidades

Uno de los problemas que siempre ha estado presente en nuestras vidas, familias o comunidades, pero que muchas veces lo hemos visto como algo normal, es el machismo. Es decir, como nuestra cultura y costumbres nos han ido enseñando que los hombres son quienes dominan en la casa, pero también fuera de ella, como puede ser en las organizaciones sociales, comunales, políticas, etc.
Esta idea de la superioridad de los hombres frente a las mujeres, seguro lo hemos visto en nuestras casas, en nuestras familias, pero también en nuestras organizaciones de base. Por ejemplo, podemos darnos cuenta que en las asambleas comunales o de base, quienes más hablan son los hombres y son pocas las mujeres que opinan o son parte activa de la toma de decisiones, y muchas veces escuchamos decir a algún comunero que “las mujeres deberían estar cuidando a sus hijos en su casa” o “poniendo hervir el agua” y no en la reunión, o simplemente no se toma mucho en cuenta los aportes que puedan dar desde su experiencia como mujeres.

Posiblemente, mientras lees estas lineas, estas diciendo ‘que acá no es así, acá las mujeres pueden participar con libertad si ellas quieren y que se les da la oportunidad de asumir cargos’, pero muchas veces son ellas quienes no asumen o toman la palabra en espacios de toma de decisiones.
Pero, sí por un momento nos ponemos a pensar o hacer preguntas de por qué ocurre ello, o si nosotros como hombres, dirigentes o compañeros de base, pensaremos en ¿Cómo se sienten las mujeres en relación a su forma de participación en nuestra organización? ó ¿Cómo andan las cosas en casa con su familia, su pareja, etc.? ó ¿Por qué para los hombres es más fácil opinar y asumir cargos de dirigencia?, es posible que frente a estas preguntas que podamos hacernos vamos a darnos cuenta que para las mujeres no es fácil hablar en las reuniones, sin temor a que puedan ser juzgadas o calladas, o salir de la casa para las reuniones sin antes haber dejado todo listo en la casa, como es la comida, atender a los animales, los hijos, etc., recién ahí pueden darse tiempo y luego regresar rápido para continuar con los quehaceres de la casa. En cambio, sí un hombre decide salir a alguna reunión simplemente sale de la casa sin mayor preocupación, la labor de los hombres sobre todo se resuelve en las tareas vinculados en llevar plata a la casa, ya sea trabajando en la chacra, el negocio u otro trabajo y, claro, asumir liderazgos protagónicos de la organización, pero las tareas en la casa o el cuidado afectivo a nustros hijos(as) no lo vemos como necesario.

Seguro vamos a darnos cuenta que estas cosas de cómo las mujeres asumen ciertos roles y los hombres otros, son aprendizajes que nos lo han enseñado papá, mamá, y que nuestra comunidad también entiende que así deben ser las cosas. Asumimos implícitamente que el lugar de la mujer es la casa, la cocina y servir a los hombres, y muchas veces estos roles también se vuelven a dar cuando ya están participando en la organización social, donde se le va dando tareas como cocinar, atender, hacer los mandados, y por el contrario las responsabilidades de dirigencia son solo para los hombres de la comunidad o nuestras organizaciones.

Ahora bien, todo esto que decimos ¿Por qué nos tiene que interesar como dirigentes, comuneros o comuneras?. Pues como venimos comentando, esta forma de como ha venido funcionando nuestras familias y nuestras comunidades ha sido desde una cultura machista que hemos ido aprendiendo durante muchos años, y que si nos damos cuenta va haciendo daño a nuestras vidas, nuestras familias y nuestras organizaciones, ya que dentro de esta lógica hay una parte que la pasa mal o tienen menos oportunidades, y son las mujeres (las hijas, parejas, hermanas, las madres, abuelas, compañeras, etc.). Muchas veces para que esto funcione en la lógica del machismo, se usa la violencia como una forma de relacionarnos, sino solo basta recordar cómo era papá con mamá, o el abuelo con la abuela, o nosotros con nuestras parejas, con esta idea de siempre tener la razón o mandar, solo porque somos hombres, terminamos humillando, insultando, discriminado, o incluso golpeándolas, y eso lo hemos aprendido en frases como “ si ella no te hace caso, dale una chiquita”, ó “ las mujeres no sirven para ser líderes”.

En ese sentido, es necesario que, desde nuestras familias, y nuestras organizaciones empecemos a pensar sí todo lo que hemos aprendido de ser hombres y mujeres nos está ayudando a construir una vida más justa, libre y de felicidad, o por qué no está funcionado. Debemos empezar a pensar formas alternativas de criar hombres y mujeres, formas alternativas de hacer organización política o social, donde tanto hombres como mujeres se reconozcan como iguales, donde las mujeres no se sientan inseguras de participar en las decisiones de la comunidad y nuestras organizaciones y asumir liderazgo, o que los hombres no tengamos miedo o inseguridad de asumir responsabilidades en la casa, como cocinar, cuidar a los hijos, jugar con ellos, etc., que las esposas puedan salir sin ser controladas y que asumir ello no nos hace menos hombres, como suelen decirnos por ejemplo “no seas saco largo”, “no seas pisado”, etc.

Que las mujeres asuman más participación en los asuntos de la comunidad y la vida pública, así como en las decisiones de la casa es un proceso transformador para nuestras vidas y de las generaciones que vienen, y de nuestras comunidades, porque estamos garantizando que haya menos situaciones de violencia y abuso, que haya mayor posibilidad de generar autonomía y educación para mujeres y hombres, que haya mayor posibilidad de sostén económico y de cuidados para la casa, y que esta idea de “unidad para la lucha” debe primero garantizar una unidad desde el reconocimiento de las compañeras como iguales en nuestras organizaciones, con las mismas capacidades para asumir cargos, de entregar sus tiempos para la lucha, y en tanto tengan un espacio para crecer y no ser discriminadas van a poder aportar más aún al espacio de lucha, y eso va ocurrir también cuando los hombres asumamos más responsabilidades en la casa de modo que ambos tengan más tiempo para la organización social, pero también para la organización en la casa (para parar la olla, pero también para dar suficiente cuidado y cariño a los hijos/as).

Entonces, es más que necesario que como organizaciones sociales que nos organizamos para transformar las situaciones de desigualdad e injusticia, entendamos que el machismo es una de las formas de desigualdad y de injusticia que hemos venido practicándolo y heredándolo de generación en generación culturalmente y debemos decidir cambiarlo. No podemos pretender ser organizaciones sociales que luchan contra los diferentes abusos y situaciones de injusticia, si no avanzamos en comprender que hay también formas de dominación como el patriarcado y el machismo que a lo largo de la historia ha ido organizando nuestras vidas desde la idea de que los hombres son superiores a las mujeres.

En todo caso, queda abierta la invitación a que los dirigentes y las dirigencias en general puedan asumir el reto de trabajar procesos pedagógicos desde el trabajo con hombres y el trabajo en masculinidades alternativas, para que puedan ir asumiendo un compromiso para generar reflexiones que erradiquen el machismo en las organizaciones, las comunidades, las familias y en nuestra vida cotidiana.

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